Somos tan buenas personas que ponemos en riesgo la vida de nuestros soldados y gastamos millones de euros (aunque luego no tengamos para la ley de dependencia o la lista de espera en la seguridad social sea de meses) en salvar al pueblo libio, son como niños y no saben lo que quieren. Oriente es una especie de jardín de infancia y nosotros somos las puericultoras y pediatras, Israel el director de la guardería y Estados Unidos el propietario y el dueño del edificio.
Estamos en guerra. De verdad que suena muy grotesco. Yo soy un poco torpe y para una guerra sólo valdría de rehén, sería el perfecto prisionero, de hecho a punto estuve de serlo al declararme insumiso. Días después un ilustre guerrero, José María Aznar, abolió el servicio militar y por ende, la prestación social sustitutoria, la que me negaba a cumplir porque no me apetecía cubrir un puesto de trabajo que un padre de familia en el paro podría ejercer de forma remunerada, pero como de costumbre y viene siendo una máxima, nos estamos yendo por los cerros de Úbeda.
Estamos en guerra. ¿Seguro? ¿Tienes la sensación de estar en guerra? ¿de vivir una guerra? ¿La imaginabas así? La gente sigue comprando en Zara y Tele 5 continúa emitiendo programación basura, mi vecino sigue paseando a su mascota como si nada y mi padre riega las plantas, jovial y dicharachero. Yo la verdad, de una guerra esperaba algo más espectacular.
Si saliéramos a la calle micrófono en mano (el de La Tuerka por ejemplo) preguntando a los transeúntes la siguiente cuestión: ¿Cuándo fue la última vez que España entró en guerra? la gran mayoría tendría que meditarlo seriamente, probablemente contestarían la guerra civil española. En cambio si la pregunta fuera: ¿Cuándo fue la última vez que España participó en una guerra? Todos contestarían la de Irak, ahora la de Libia. Obsérvese el matiz en apariencia enormemente diferenciador, entrar en guerra o participar en una guerra. Es disparejo en apariencia, se trata de un eufemismo utilizado por los medios pero en la realidad no existe diferencia entre «participar» en una guerra o «entrar en guerra». Lo que sucede es que todos los conflictos en los que participa papá Occidente, se dan en lejanas regiones del mundo por lo que el ciudadano de a pie, no tiene la sensación de que el país ha entrado o está en guerra. Perfectamente en su derecho, cazas iraquíes podían haber bombardeado Madrid o Barcelona y ningún tratado internacional o convención de Ginebra podría haber objetado nada al respecto. Si mañana un cazabombardero libio soltara bombas sobre Valencia lo haría con la ley y el derecho internacional en la mano. Lo mismo sucedió durante la guerra de los Balcanes y la de Kosovo.
Nuestros políticos se vanaglorian de que nuestro sistema constitucional, ha traído el periodo de paz más largo que ha conocido España, argumento habitual para defender la monarquía como institución y la Transición como santo grial. La falacia, repetida hasta la saciedad, se convierte en una verdad inamovible. Olvidan nuestros políticos que en un periodo de tan sólo 13 años, España ha entrado en guerra en cinco ocasiones: primera guerra del Golfo, guerra de los Balcanes, guerra de Kosovo, segunda guerra de Irak y la invasión de Afganistán. Ahora tenemos que añadir otra más.
Aunque resulte increíble, nuestra generación ha entrado en guerra más veces que nuestros abuelos. El hecho de que se trate de países prácticamente indefensos respecto a la OTAN y sea imposible que nos alcance la crudeza de la guerra, hace desaparecer el concepto en sí, pese a que con la legalidad internacional sobre la mano, cualquiera de los países beligerantes mencionados podría haber atacado a España o a cualquiera de sus aliados. Cabría pensar que para la clase dirigente, únicamente sólo se entra en guerra cuando ambos países sufren las miserias de la misma. Las bombas, el hambre, las matanzas, los refugiados, etcétera, sólo se producen en un bando, distinto en lengua, etnia, ubicación geográfica. Por consiguiente, el otro bando beligerante que no sufre las calamidades sino que sólo las produce, no entra en guerra, sólo participa, como el que participa en una tómbola o en unas olimpiadas. Les guste o no, lo disfracen con eufemismos tramposos o lo edulcoren de cínica intervención humanitaria: ESTAMOS EN GUERRA, y conmigo que no cuenten.
Su soberbia es miedo, su violencia recelo macabro. Saben que algún día lo pagarán muy caro, el reloj de la Historia corre en su contra y a favor de los pueblos.
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