lunes, 25 de octubre de 2010

Esquizofrenia Mexicana.


¿Cómo es nuestra personalidad nacional, qué tipo de neurosis tenemos como mexicanos; cuál es su origen; son reversibles esos graves daños sicosociales que padecemos? Son las preguntas esenciales que se hace nuestro amigo y colega Agustín Basave en su libro más reciente: Mexicanidad y esquizofrenia (Océano, 2010). No es la primera vez que se aborda el tema; se ha hecho desde la antropología, la filosofía, la sociología y la psicología, además del inmortal ensayo de Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Basave retoma esa tradición, acude a los clásicos de la problemática, la actualiza e incluye reflexiones personales para comprender el enigma de nuestro ser nacional. No está claro para todos cómo somos, pues a nivel social opera también lo que según los sicoanalistas ocurre en el plano individual: fuertes mecanismos de defensa para evitar ver lo que no nos gusta, así como la famosa transferencia, según la cual el paciente (en este caso, México) culpa a los demás de sus problemas, sin reconocer que la primera causa es interna, síquica, una grave neurosis (o, peor aún, una esquizofrenia). En nuestro caso, la sociopatología fue provocada por el gran trauma de la Conquista y todo lo que de ahí derivó. Basave nos descubre sin rodeos y con gran claridad al México que todos sabemos es real, una realidad que resulta más cómodo seguir evadiendo.
Sostiene el autor que los grandes problemas nacionales -de orden económico, social, político, cultural, educativo e institucional- tienen como sustento subyacente y profundo la fragmentación de nuestra personalidad social: un origen en que los progenitores nos desprecian por no ser como ellos (ni indios ni españoles), pero, además, donde el padre menosprecia al hijo (por ser mestizo) y el hijo a la madre (por ser india). Sin confrontar dicha fractura, sin entenderla y asimilarla, ésta no se resolverá. Y seguiremos dando vueltas sobre nuestras dolencias e insuficiencias, simulando no tenerlas (como hace el neurótico que no se admite como tal). Basave abarca diversos temas y ángulos para explicar cómo se expresa en cada uno de ellos nuestro carácter esquizoide, tales como la historia oficial, la expresión oral, el orden político, el racismo, la cultura del agandaye, la corrupción, la impunidad, la permanente demagogia y simulación. No es que no tengamos también cualidades, aclara Basave, sino que éstas se desvirtúan para ponerlas al servicio de nuestros vicios y heridas, como es el gran ingenio para darle la vuelta a la ley o extraer recursos y dinero a nuestros conciudadanos.
Nuestras instituciones y prácticas incentivan a evadir la ley o a romperla, no a acatarla. Y, por otro lado, existe un círculo vicioso entre institucionalidad y cultura: sabemos por experiencia de otros países que ciertas instituciones fuerzan a los individuos a seguir ciertas conductas y evitar otras socialmente perjudiciales. Sin embargo, para que ello ocurra, deben aplicarse de manera sistemática las correspondientes sanciones a los trasgresores; así lo advierten nuestros paisanos que cruzan al otro lado y pronto se adaptan a las reglas vigente allá. Si en cambio no hay penalización, quien busque cumplir con la normatividad (por convicción ética o cívica) saldrá perdiendo (y hasta la cárcel puede ir a dar, por andar de cumplido). El mejor marco institucional concebible, en México puede ser desvirtuado rápidamente; véase si no lo que hicimos con el IFE desde 2003: funcionaba demasiado bien. Y por la consigna nacional de que "si algo funciona bien, es que algo anda mal", había que meterle una gran zancadilla al IFE (los partidos se encargaron de ello).
Basave propone una serie de reformas que podrían modificar de raíz nuestro rumbo y costumbres, pero reconoce que, "sin la iniciativa y el ejemplo de líderes realistas y congruentes, el esfuerzo sería estéril". Cierto. El problema es que yo no veo por ningún lado este tipo de liderazgos. Vicente Fox y los suyos tuvieron la oportunidad de ejercerlo, pero no quisieron. Había las condiciones suficientes para ello, pero les faltó lo principal: estatura moral. Y Felipe Calderón llegó sin la legitimidad necesaria para siquiera intentarlo. Como las prácticas sociales de convivencia no responden a la ética, quien desee comportarse éticamente saldrá perdiendo siempre. Por eso son pocos quienes eligen esa ruta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario